Sábado Santo: el día sin Dios
Queridos parroquianos: Hoy es el día sin Dios. Hemos conseguido lo imposible, lo impensable. El egoísmo, la ambición y el afán de poder de los seres humanos no tiene límite y hemos matado a Dios. Es una situación lamentable y que debería abochornarnos, pero Dios no piensa ni siente como nosotros. Ya lo vivieron los judíos en Babilonia. Habiéndolo perdido todo, decían: “En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia”.(Cántico de Azarías Dt 3, 38),
Y, sin embargo, Ezequiel les anunció el oráculo del valle de huesos:“ Los judíos andan diciendo: «Nuestros huesos se han secado. Ya no tenemos esperanza. ¡Estamos perdidos!» Por eso, profetiza y adviérteles que así dice el Señor omnipotente: «Pueblo mío, abriré tus tumbas y te sacaré de ellas, y te haré regresar a la tierra de Israel. Y, cuando haya abierto tus tumbas y te haya sacado de allí, entonces, pueblo mío, sabrás que yo soy el Señor»”.(Ez 37, 11-12)Con Dios nunca es tarde, ya nos lo dice la carta a los Hebreos:
“Hermanos: Temamos, no sea que, estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea que ha perdido la oportunidad”.(Hb 4,1)
Pasado a limpio: Por mucho que pienses que estás perdido, Dios no ha cerrado la puerta.
Por eso, los cristianos, somos también el pueblo de la esperanza.
Hoy es el día sin Dios, efectivamente, pero para nosotros debe ser el día de la esperanza. Jesús está muerto, enterrado en lo profundo del sepulcro, pero dijo que volvería, que resucitaría. Hay, por tanto una luz al final del túnel. Así que hoy, mientras los judíos celebran Pésaj, la Pascua, recordando la liberación de Egipto, nosotros estamos esperando la Resurrección y todo lo que implica. Pero en vez de hacerlo desde la tristeza, debemos hacerlo con la fe puesta en las palabras de Jesús: “Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días” (Jn 2,19).Hoy es un día de meditación y de ver si somos realmente transmisores de esperanza en un mundo lleno de conflictos, de abusos y egoísmos, cada uno allí donde Dios nos ha puesto, y poder anunciar que tras la Pasión viene la Resurrección.
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